lunes, 8 de noviembre de 2010

¿Un Recién Nacido Juega?

                
  
     El recién nacido básicamente dedica su tiempo a todo aquello que está relacionado con la alimentación y el sueño. Pero hay momentos los cuales no duerme ni come. Entonces nos preguntamos qué pasa durante estos intervalos de tiempo, es decir, si hace algo distinto de mamar o dormir. Durante las primeras semanas de vida, el mundo del bebé está centrado en los sentimientos. Digamos que su interés no está puesto en el cómo, cuándo y el porqué de las cosas que le rodean, sino en lo que está sintiendo, en la emoción, en lo que dichas cosas evocan en él. Su existencia está cnetrada en este aspecto, también presente en los adultos, que preside su comportamiento.  Su juego busca estas emociones: juega con el placer y el riesgo, y con el espanto que le produceel mundo, que aún no conoce, sin paralizarse. Las emociones guían sus descubrimientos, sus movimientos y sus relaciones. Bajo los colores de los sentimientos, el bebé explora e identifica los sonidos, las diferentes luces, sus extremidades. Toca y lame. El niño tiene la misma reacción que podemos tener nosotros cuando durante un viaje nos encontramos ante un paisaje desconocido, en el que todo es nuevo; con la impresión de que sólo podemos articular las palabras: "¡Qué bonito, qué precioso, qué emocionante...! como si los sentimientos nos abrumaran e inundaran de tal manera que sólo hubiera lugar para el sentimiento y nada más. No se puede pensar ni hablar ni escuchar: todo lo que hallamos y todo lo que buscamos se reduce a gozar, sentir y evocar paisajes internos revividos y reelaborados no sabemos cuándo.
      La Madre de Miguel (de tres meses) se le acerca, lo mira, le sonríe, lo saluda con un "hola" largo y melodioso, y le dice en el mismo tono: "¿Qué hace mi pequeño Miguel, con estos ojos tan abiertos, moviendo así sus bracitos?"
      Es obvio que Miguel no entiende el significado de todas estas palabras, y que ni tan sólo sabe si son palabras, sonidos, imágenes o sensaciones táctiles. No puede descifrar el origen de estos estímulos. Pero lo que sí detecta es el afecto con que su madre lo trata y se le direge cuando acaba de despertarse. Siente cómo las palabras que recibe lo acarician, lo ponen en situación de alerta y lo hacen sentirse bien y protegido. A veces, Miguel, cuando mamaba, succionaba y mordía el pezón de su madre, y cuando eso pasaba, la madre le retiraba el pecho de la boca. Miguel no dejó de hacerlo hasta que, un día, su madre le dijo, con un tono muy afligido, que le había hecho daño y que eso era algo que no debía hacer. Él la miró con una actitud inquisitiva y desde aquel día no volvió a morderle el pecho. Pero en cambio le cogía el dedo o la mano y se los mordía.
     Lo interesante de esta interacción madre-hijo es la capacidad de comprender las necesidades del bebé: la madre le muestra que acepta sus ganas y su necesidad de morder, ofreciéndole otros objetos para hacerlo. Con su reacción, le transmite toda una serie de cosas, como, por ejemplo, que puede hacerle daño. Asimismo, la madre le ofrece la posibilidad de jugar con las sensaciones del niño en condiciones adecuadas, protegiéndose y protegiéndolo, permitiéndole que muerda, pero allí donde no cause, o se cause, un daño. Claro está que Miguel no entiende las palabras de su madre, pero sí puede captar sus sentimientos y su tono de voz. Es decir, recibe su estado de ánimo sin entender el significado de las palabras.
 Como se puede ver, las emociones que desvelan en él su relación con el entorno prevalecen sobre el resto de cualidades. Su estado y sus sentidos se centran en cada momento vivido, y vive (y siente) intensamente cada uno de estos momentos. Momentos que a lo largo de la vida se irán repitiendo y cuyas repeticiones le servirán para aprender.






      Conforme el bebé va creciendo, el juego va ocupando la mayor parte de su vida. Durante los primeros meses de vida no puede establecerse una frontera clara entre lo que es o no juego. Todo es juego y al mismo tiempo no acaba de serlo. Al principio, las vivencias son tan intensas que por momentos pueden desbordar al bebé; en ese caso no se puede hablar de juego, ya que el niño no puede controlar minimamente estas oscilaciones de su estado de ánimo y del entorno. Cuando su actividad se puede mantener dentro de unos parámetros que no lo desestructuran y lo paralizan, entonces podemos hablar de juego, porque el bebé puede experimentar y jugar con las emociones: puede vivirlas, sin jugarse la vida.
      Hay unos umbrales que permiten producir un espacio lúdico, pero que, cuando se sobrepasan, no es posible aprender de la experiencia de jugar, como sucede cuando el niño tiene hambre, está asustado,etc. En esas circunstancias el niño no puede jugar. Será después, cuando llegue a la calma, cuando quizá estará en disposición de jugar. Podríamos decir que en esas circunstancias sentimos que nos estamos jugando demasiado como para poder dedicarnos a jugar.

Según se va desarrollando las competencias y capacidades serán fuente y objetivo de sus juegos. Entre los tres y los seis meses, los bebés juegan con los dedos y pueden manejar diferentes objetos, como una argolla grande; son capaces de coger cosas; coordinar los ojos y las manos, y cada vez se van sintiendo más seguros para poder llegar a los objetos hasta que acaban coordinando las dos manos y moviendo todos los dedos de cada una de ellas para coger objetos.